A partir de este primer encuentro escénico, jóvenes y mayores continuaron indagando sobre las posibilidades y limitaciones de los contextos para relacionarse.
El lenguaje de la danza se convirtió en la llave para el conocimiento propio y grupal, para poder reflejarse en los demás más allá de las palabras. La música es el elemento que sostuvo y potenció los ensayos abriendo una nueva posibilidad de expresión y enlace entre el grupo. A través de pautas de improvisación, el espacio se convirtió en un lugar propio del grupo, donde cada día nacía algo diferente y que poco a poco se conformó como una creación común.